Un universo dual


Quien quiera adentrarse en los tesoros del pensamiento prefilosófico, deberá tener en presente que éste no se expresa nunca de forma directa sino que debe intuirse a través de los múltiples indicios que nos ofrecen sus mitos y supersticiones, sus símbolos y  sus emblemas. Es, desde luego, una vía más incierta pero, a cambio, recompensa al observador paciente con pasajes de gran belleza.

Así, por ejemplo, el poema sumerio de Gilgamesh (que bien merecerá su propia entrada) nos informa a través de una leyenda épica la forma en que los antiguos habitantes de Irak encararon el inevitable destino común de la muerte y su misterio. Las magníficas hazañas del gran rey de Uruk no esconden al lector atento su poso de fatalidad, el de la resignada convicción de que la única inmortalidad a la que puede aspirar el hombre es la del recuerdo imperecedero de sus obras y gestas.

 Los egipcios, en cambio, nos legaron un conmovedor símbolo que, aludiendo al ciclo del día y de la noche, lo era también de la resurrección de las almas. Se sirvieron para ello de la botánica, más concretamente del curioso comportamiento de la flor de loto: al caer la tarde, la flor del nenúfar azúl, o nenúfar egipcio, cierra sus hojas aumentando su densidad, y sumergiéndose en lo más profundo de las aguas... permanece así oculta a nuestros ojos hasta que, con los primeros rayos del sol, el loto emerge de nuevo radiante como un sol renacido, exactamente como debían renacer las almas después de transitar por las profundidades de la muerte. 


Pero, ninguna de estas puertas al pensamiento antiguo supera la extraordinaria convergencia entre concisión visual y riqueza interpretativa del logograma chino del Taijitu, que en occidente conocemos como el símbolo del Yin y el Yang o el del taoísmo. Su origen, sin embargo, es más antiguo que la enumeración de sus principios, y es que, no en vano, el Taijitu se expresa por sí mismo. Basta con contemplarlo atentamente para que su significado comience a hacerse evidente y podamos reflexionar sobre él. 


El Taijitu nos remite directamente a un universo dual. Tomado en su conjunto, este signo representa el todo fecundo, el principio generador de todas las cosas: el Taiji, la gran polaridad. Pero esta fuerza creadora parte de una confrontación de fuerzas iguales y contrarias: el Yin y el Yang. Se trata de dos principios que se oponen radicalmente pero que, sin embargo,  contienen algo de la esencia de su contrario. Además, los dos polos son interdependientes, se consumen y se transforman en su reverso en un ciclo sin fin, en el que la paridad de su oposición dinámica expresa el equilibrio de un mundo en constante movimiento.


El Yang es el principio activo,lo masculino, lo duro, el cielo, la luz y el día

El Yin es en cambio el principio pasivo, lo femenino, lo fluido, la tierra, la oscuridad y la noche.

Algunas de estas analogías parecen evidentes, como el hecho de relacionar oscuridad y noche, pero otras no son ni obvias ni directas. Por ejemplo, nada a priori justificaría la relación del principio nocturno del yin con el ámbito de lo femenino. Pero a poco que examinemos el resto de los valores que están asociados podemos relacionar fácilmente la noche con el valor yin de lo pasivo (pues es el tiempo del durmiente) y de ahí llegar al papel "pasivo" de la mujer (y que me perdonen las mujeres de espíritu guerrero) durante el coito.

Por otra parte, podemos comprobar como el esquema antitético del Taijitu relaciona polaridades atmosféricas (día/noche o luz/oscuridad) de género (masculino/femenino) dinámicas (activo/pasivo) geográficas (cielo/tierra), y, en algunas interpretaciones posteriores o foráneas, valores morales (bien/mal).


Lo que a nosotros nos importa es que a partir de estas cadenas de valores asociados se construyó, y no sólo en China, un imaginario de lo nocturno en el que lo lógico, lo biológico y lo cultural se confunden con frecuencia. Las cadenas de valores que se asociaron a lo nocturno y a lo diurno variaron o se repitieron en cada civilización, fueron explicitadas o bien formaron parte de forma inconsciente de la sensibilidad colectiva. En cualquier caso fueron determinantes a la hora de construir una cultura en torno los conceptos opuestos del día y la noche: cada uno con sus mitos y sus dioses, sus usos y costumbres, sus supersticiones y sus leyendas; configurando de esta forma una cosmogonía dual.

Esta forma de pensamiento, debió conectar a la perfección con el esquema del que el hombre se sirve para ordenar el mundo, pues este imaginario polar trascendió los márgenes culturales hasta el punto de que podríamos hablar, sin riesgo a exagerar, de un fenómeno universal. Basta una somera exploración a través de las civilizaciones por los conceptos asociados al ciclo del día y de la noche para descubrir ciertas analogías recurrentes: frente a una idea del día como un espacio masculino dominado monolíticamente por la luz de la razón y de la justicia se le opondrá la noche como un universo fluido, espacio del instinto y de lo femenino, morada del maligno...

La simple enumeración de las cualidades nocturnas emana el inconfundible aroma del misterio, la sensualidad y la aventura, y resulta toda una incitación para seguir adelante en nuestro viaje.

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