El buen gobierno de las estrellas


Aunque la contemplación del firmamento estrellado despertó la curiosidad e imaginación del hombre desde los tiempos remotos, la exploración sistemática de los cielos, la elaboración de una precisa cartografía celeste habría de esperar a la llegada de las primeras civilizaciones que permitieron superar las limitaciones técnicas y sobre todo culturales de la aldea neolítica. No fue hasta el advenimiento de la cultura urbana, con su división del trabajo, la aparición de las primeras castas políticas y sacerdotales, una agricultura con excedentes y la invención de instrumentos decisivos en la transmisión del saber, como la escritura o la aritmética, que la exploración de los cielos no cristalizó en un saber coherente y sistematizado; es decir, en una astronomía.

Estela de Malishipak- Louvre
El desarrollo de esta primera astronomía estuvo impulsado por su dimensión pragmática, pues podía dar cuenta de la medida del tiempo y fijar así un calendario esencial para el buen curso de las tareas agrícolas. Los astrónomos de Babilonia fueron capaces de desarrollar un calendario lunisolar fiable aunque un poco confuso debido a la falta de concordancia entre la rotación lunar respecto de la Tierra (29,53 días) y ésta respecto del Sol (365,25 días). Este hecho obligaba a adoptar algunos años de doce meses y otros de trece, a fin de volver a ajustar el calendario anual con el lunar. En cualquier caso cada año comenzaba con la primera luna llena de la primavera. 

Los astrónomos mesopotamios también fueron capaces de reconocer algunos de los principales asterismos y agruparlos de una manera sistematizada en los esquemas de las constelaciones. Algunas de ellas, como Leo, Tauro, Escorpión, Sagitario, Acuario y Capricornio, han mantenido su traducción icónica hasta la actualidad. Gracias a sus observaciones sistemáticas aprendieron a diferenciar el singular movimiento de los planetas respecto de las estrellas fijas, y a establecer las salidas helíacas de las estrellas en relación a cada uno de los meses del año, fijándolas en astrolabios, y que servían a los agricultores de complemento al cambiante calendario oficial.
Planisferio babilónico donde se indican las principales constelaciones .

 Pero como tantas veces sucede en las civilizaciones prefilosóficas, a esta dimensión práctica se le superpuso una dimensión simbólica y sobrenatural. El propio marco religioso reforzaba esta creencia pues buena parte de los dioses mesopotamios eran asociados con los cuerpos celestes que poblaban el firmamento: así, su dios supremo Anu, era el dios del Cielo, Enlil su hijo gobernaba sobre las tempestades, Shamash (Utu en sumerio) era el Sol, y Sin la Luna. Venus encarnaba a la gran diosa de la fertilidad y de la guerra, Inanna y Marduk, y Júpiter hacía lo propio con Marduk, el principal dios Babilónico. De hecho las principales constelaciones y asterismos eran asociadas a todo tipo de divinidades.

Llegados a este punto no debe extrañarnos que las estrellas pasaran de señalar los ritmos estacionales a gobernarlos, de orientar las etapas de crecimiento de los cultivos a predecirlas. Fue así como la guía de las estrellas fue confundida desde su origen con un oráculo divino, y el astrónomo pasó a ocupar el papel de adivino, un especialista en leer los mensajes cifrados que procedían de las estrellas. 

El pensamiento arcaico se muestra a menudo incapaz de discernir el ámbito natural de lo cultural, las causalidad de los acontecimientos naturales eran del mismo orden de los acontecimientos humanos, pues al fin y al cabo ¿no estaban ambos gobernados por los dioses?¿no seguían ambos las pautas de un plan maestro de origen divino?. A nadie debe extrañar entonces que aquellos presagios procedentes de las estrellas sobrepasaran el estrecho marco de la predicción agrícola para ocuparse de los más complejos asuntos humanos. La astronomía mesopotámica, como sucedería también con la china y la precolombina, fue indiscernible de su doble oracular, la astrología.

La ciencia de la adivinación gozó de un enorme prestigio en las distintas culturas que habitaron la antigua Mesopotamia, y contó con distintas ramas o técnicas cada una con su especialista cualificado: la hepatoscopia (el análisis de los hígados) la extispicia (análisis de los órganos internos) el estudio de los partos monstruosos, la interpretación de los sueños y, por supuesto, la astrología. Más allá de la particularidad del objeto de estudio lo cierto es que todas ellas compartían una estructura narrativa y funcional idéntica. Observando ciertos fenómenos singulares y los acontecimientos que les venían aparejados, los adivinos anotaban minuciosamente las correlaciones entre ambas. Aunque no siempre la lógica que uniera a estos dos hechos fuera demasiado evidente. 

La cultura mesópotamica, tan dada a hacer inventarios, elaboró extensos listados en los que se recogían por lado la descripción del efecto observado (prótasis) y la consecuencia o predicción (apódosis). En algunos casos la relación entre la prótasis y la apódosis guardaba una relación obvia y directa, pero en muchos casos la relación entre signo y predicción distaba mucho de ser lógica. Estas listas fueron compiladas en largos catálogos, que se copiaron y transmitieron de generación en generación, ganando para sí el prestigio de la tradición que parecía eximirlas de la revisión y comprobación de sus preceptos. De tal suerte que, con el paso del tiempo, se llegó al punto en que los adivinos tan sólo tenían que consultar, de una forma un tanto mecánica, estas listas para formular sus predicciones. Se conservan colecciones de tablillas de estas listas de presagios en relación a las malformaciones animales, los sueños, la posición de las ciudades, las conductas de los animales domésticos y, por supuesto, los posiciones de los cuerpos celestes.

kudurru: En la franja superior  están represetados Venus, la Luna y el Sol
En la franja inferior son visibles los signos de las constelaciones de Leo y Escorpio.
Éstas últimas nos interesan especialmente pues en ellas se contienen las primeras evidencias escritas de observaciones celestes continuadas. Así por ejemplo, la colección de 70 tablillas encontradas en la biblioteca de Asurbanipal y llamada Enuma Anu Enlil (Cuando Anu y Enlil, las colecciones se titulan según el texto por el que comienzan) compilada de forma canónica durante el período casita, (segundo milenio a.C. ) se puede considerar como la serie de datos astronómicos más antiguos conocidos. En ella se podían leer más de 7000 observaciones celestes entre salidas helíacas de estrellas, los movimientos de Venus, conjunciones planetarias, eclipses de sol y luna, fenómenos meteorológicos (que en aquellos tiempos no se distinguían en absoluto). De este período datan también las primeras representaciones gráficas de las constelaciones en unos mojones conocidos como kudurrus empleados para marcar lindes en el territorio. 


tablilla del Mul Apin
Hasta el Siglo VII a.C en pleno dominio asirio se compiló la serie Mul Apin que resume y perfecciona todo el saber astronómico recogido hasta entonces: en sus dos tablillas encontramos desde un preciso catálogo de estrellas fijas, hasta las ortos helíacales (primeras apariciones al amanecer) de estrellas, a razón de tres por mes, los ocasos de otras, así como los movimientos del sol a través de los caminos señalados por las constelaciones. Eran los llamados caminos de An, Ea y Enlil, determinados por el corte del plano de la eclíptica con el ecuador celeste. El camino de Anu coincidía con el ecuador celeste y los de Ea y Enlil con los trópicos de Cáncer y Capricornio. De esta forma cuando el Sol subiendo desde la zona de Ea penetraba en la zona de Anu se iniciaba la primavera, y cuando entraba en la zona de Enlil comenzaba el verano. 


Pero sería a partir del camino de la Luna que quedarían establecidas las famosas constelaciones del zodíaco, cuyo número y denominación fueron cambiantes con el paso de los siglos. Comenzaron siendo dieciocho, fueron reducidas a quince y ya finalmente en el siglo V a.C. quedaron en las doce canónicas que serían posteriormente transmitadas al mundo egipcio y grecorromano. En este sentido, el zodíaco no fue más que uno de los muchos calendarios astronómicos elaborados en Mesopotamia pero que a diferencia de otros, alcanzó un éxito inusitado que le ha permitido sobrevivir con una salud notable hasta nuestros días.

Pero, y esto es lo importante, las apódosis de los signos celestes, tan sólo referían a asuntos de interés comunitario, bien fuera de tipo económico o político; informaban de las previsiones sobre las cosechas, los cambios dinásticos o las guerras por venir. Se podría decir que se trataba de una astrología de estado que en ningún caso trataba sobre los asuntos que atañían a los individuos. Los emperadores hacían depender sus principales decisiones políticas de la aquiescencia de las estrellas, interpretadas por la influyente cohorte de consejeros astrólogos, hasta el punto que no sería exagerado decir que aquellos lejanos imperios llegaron a ser gobernados por las estrellas. Y En vista del modo en que se dirigen actualmente las naciones,  el sistema comienza a no parecer tan descabellado. En cualquier caso no será hasta la caída de Babilonia en manos del Imperio Persa hacia el siglo V a.C cuando aparezcan los primeros horóscopos basados en las fechas de nacimiento y que se ocupaban de los nimios asuntos individuales. 

En resumen, en aquella incipiente ciencia del cosmos fue pacientemente compilada y reunida a través de los siglos, desde los oscuros tiempos de los sumerios en el III milenio a.C hasta alcanzar su máximo esplendor en el siglo VII a.C, en el período de la brillante Babilonia caldea, aquella cloaca de vicio y perdición que fuera condenada por los profetas Daniel y Ezequiel, la Gran Ramera según el Apocalipsis de San Juan. Pese a todo, la fama de aquellos astrónomos caldeos que la habitaron fue tan grande que su saber fue ampliamente admirado y difundido: los grandes padres de la ciencia griega como Tales de Mileto y Pitágoras, bebieron de sus fuentes como también lo hicieron los egipcios, y a través de ambos los romanos. Sin embargo, su prestigio científico nunca estuvo desvinculado de su carácter mágico y esotérico, hasta el punto que con el tiempo el término caldeo era empleado tanto como topónimo como sinónimo de astrólogo o de mago. Con estos datos en la mano, no es difícil deducir la procedencia de tres famosos magos orientales que siguiendo el seguro oráculo de una estrella fugaz acabarían aportando un toque de distinción pagana al alumbramiento del Redentor cristiano. No deja de tener algo de poética ironía que el virtuoso mensaje de la Buena Nueva fuera leído a través de las lentes de un saber prostibulario.
Adoración de los magos- Giotto


btemplates

0 comentarios:

Publicar un comentario