La noche que fue primera
"Al principio creó Dios el cielo y la tierra. La
tierra era una soledad caótica y las tinieblas cubrían el abismo, mientras el
espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas. Y dijo Dios:
"que exista la luz" Y la luz existió. Vio
Dios que la luz era buena y la separó de las tinieblas. A la luz la llamó día y
a las tinieblas, noche."
[Génesis]
Existió una noche
primera y primordial, una noche anterior a nuestra noche, la del firmamento
estrellado, la que muere ahogada en el día, la de las horas contadas. Es la
noche que antecede al mundo, al cosmos ordenado y al tiempo que transcurre. De
una forma u otra, todas las cosmogonías antiguas trataron de describir ese
escenario germinal del que habría de surgir todo. Los griegos lo llamaron Caos,
y el imaginario moderno llevado por la tardía descripción de Ovidio, lo supuso
como una amalgama tumultuosa, un movimiento continuo y desordenado de la
materia del que no era posible discernir forma alguna:
Antes del mar, de la tierra y del cielo que lo cubre todo,
la naturaleza ofrecía un solo aspecto en el orbe
entero,
al que llamaron Caos: una masa tosca y
desordenada,
que no era más que un peso inerte y gérmenes
discordantes,
amontonados juntos, de cosas no bien unidas.[...]
Y aunque allí había tierra, mar y aire,
inestable era la tierra, innavegable era el mar
y sin luz estaba el aire: nada conservaba su
forma,
cada uno se oponía a los otros, porque en un solo
cuerpo
lo frío luchaba con lo caliente, lo húmedo con lo
seco,
lo blando con lo duro y lo pesado con lo
ligero.
Las Metamorfosis
Pero
lo cierto es que en la mayor parte de las tradiciones cosmogónicas ese Caos
originario responde más bien a una imagen de serena y oscura quietud. Es
el espacio de lo inexistente, de lo que todavía es pura potencia, una
posibilidad de existir a la que falta el impulso germinal de un Ser Creador. La
etimología griega de Caos ( Χάος "hendidura" "espacio que
se abre) apunta hacia la imagen de un abismo, un vacío sin final, ni limites,
sin duda una potente imagen del vértigo de lo indeterminado.
Otros
relatos cosmogónicos recogen también este escenario abisal, pero ya no se trata
de la ubicua imagen del vacío sino ese agujero sin
límite, se halla colmado por el vasto océano de las aguas primordiales. La
imagen acuática no es en absoluto ociosa pues las aguas "simbolizan la
totalidad de las virtualidades" y en su unidad no fragmentada se dan todas
las posibilidades de forma sin necesidad de llegar a definir forma alguna. Las
aguas simbolizan la sustancia primordial de la que nacen todas las formas
y a la que finalmente han de volver, son principio y
final del cosmos.
La
cosmología sumeria nos sitúa en ese preciso escenario, que no era otro que el
paisaje que vio nacer a su civilización: las cenagosas marismas que cubrían la
desembocadura del Tigris y el Éufrates, en el Sur de Iraq, hace más de 5000
años. Los sumerios lo encarnaron en el cuerpo de una Diosa, Nammu, que en un
acto de autoprocreación daría origen al cielo (personificado en el dios An) y a
la tierra (el dios Ki). Durante el período babilónico la tradición cosmogónica sumeria se desarrollaría de forma distinta pero partiendo de elementos semejantes: el papel de Nammu sería
ejercido por dos monstruos acuáticos con aspecto de serpiente (Apsu, las aguas
dulces y estancadas) y Tiamat (las aguas saladas) cuyo entrelazamiento daría
origen a los dioses y a la creación.
Hebreos,
egipcios y mayas repiten con una similitud asombrosa la cosmogonía acuática,
pero en ellos las aguas primordiales son un principio pasivo e inconsciente,
que contiene potencialmente el cosmos pero es incapaz de desarrollarlo por sí
mismo sino que necesita del impulso exógeno de un Ser Creador. En el Génesis,
el espíritu divino sobrevuela esas aguas primordiales, aunque nada se nos dice
de su propio origen que se presupone eterno. En las cosmologías egipcia y maya,
en cambio, las aguas anteceden a la propia divinidad. Así, por ejemplo,
en la historia de la creación elaborada en Heliópolis, Ra, el dios solar,
emerge de las aguas primordiales (Nun) creándose a sí mismo haciéndose autoconsciente. El Popol Wuj, tal vez el mejor testimonio de las tradiciones
mitológicas mesoamericanas, describe este estadio primigenio de la siguiente
manera:
"No
se manifestaba la faz de la tierra. Solo estaban el mar en calma y el cielo en
toda su extensión.
No
había nada que estuviera de pie; solo el agua en reposo, el mar apacible, solo y
tranquilo. No había nada dotado de existencia. Solamente había inmovilidad y silencio
en la oscuridad, en la noche. Solo el Creador, el Formador, Tepes, la soberana
Serpiente Emplumada, los Progenitores, estaban en el agua rodeados de claridad"
Lo
cierto es que la explicación del origen del cosmos situaba al narrador
mitológico ante un reto lingüístico e imaginativo mayúsculo: la paradoja de
describir de forma plástica y convincente aquello que por definición no tiene
existencia, el estado de las cosas antes de que éstas hubieran surgido. Lo
Increado se sitúa en un desconcertante limbo entre la Nada y el Ser: no es
parte del Cosmos pero constituye su sustrato, carece de modo y de forma pero
virtualmente las contiene todas, es la materia prima de todo lo existente pero
se sitúa en un plano anterior a la existencia, es lo que todavía no es.
Lo
abisal, lo acuático, lo silencioso y lo nocturno, serán las herramientas
simbólicas a través de las cuales dar expresión a lo inefable; pues en
estos valores concurren las principales cualidades de la
indeterminación: en el abismo sin fin no existe ni límite ni punto de
fuga, no está fijada, por tanto, ninguna coordenada espacial. Lo fluido elude
la forma a la vez que las contiene todas, las aguas expresan un estadio de
indeterminación formal sin negar su potencia germinal. El silencio niega toda
existencia, pues solo lo que existe puede ser nombrado. La oscuridad impide la
manifestación del Ser, la luminosa epifanía de la existencia.
Éste
era el aspecto de la Noche de los Tiempos, un escenario carente de cualidades,
de dimensión física y temporal. La Creación pone fin a la cadena de
indeterminaciones: Primero emerge la divinidad primigenia que inicia la
Creación rompiendo el silencio y nombrando a las cosas para que éstas
existan. Al ser fijado su nombre las formas emergen de entre
las aguas abisales que las contenían virtualmente, se definen, tienen extensión
y límites. La aparición del Cosmos cobra desde el primer momento el carácter de
una epifanía luminosa. La divinidad revela su poder creador arrojando luz sobre
la Noche de los Tiempos para que pueda manifestarse la Creación.
Por
otra parte, la irrupción de la luz no elimina las tinieblas, sino que las acota
y ordena, establece un ritmo de alternancia, introduciendo a la Creación en la
sucesión temporal, pues en el Caos nada acontece, y por tanto no hay devenir.
De esta forma la noche caótica se reintegró en
el orden de cosmos, su oscuridad dio cobijo a las estrellas en el cielo y a las
bestias en la tierra. Aunque siempre conservó una cierta reverberación de su
pasado caótico y terrible, una velada amenaza de que si pudo ser nuestro origen también podría ser nuestro final. En la noche pervive el peligro de la regresión a lo informe.
Pese
su indudable potencia cultural, los mitos cosmogónicos han tenido una escasa
fortuna en las artes plásticas. La paradoja lingüística que suponía
la descripción del Caos parecía redoblarse al tratar de expresarlo
plásticamente ¿cómo representar lo que aún es informe?¿cómo abordar con los
modestos medios de la imaginación humana los instantes primeros de la irrupción
cósmica? No debe extrañarnos que el arte Occidental pasara de puntillas ante
este episodio tan crucial como abstracto, prefiriendo escoger otros pasajes de
la Creación en el que el Universo parecía ir cobrando una forma más precisa y
fotogénica.
Con
la llegada del romanticismo, y su apuesta estética por los espectáculos
grandilocuentes, algunos artistas ensayaron las primeras tentativas de
situarnos en en los primeros compases de la Creación del Cosmos. Ivan
Aivazovsky fue un prolífico y exitoso pintor armenio, especializado en el
género de las marinas. Pintaba embravecidos paisajes marinos y batallas navales
donde el agua y el fuego se entremezclaban de forma furiosa, e. No es difícil suponer de dónde le vino la inspiración para pintar "La Creación del Mundo" (1864) en el que un Yahveh resplandeciente parece poner orden sobre las oscuras aguas primordiales.
Ivan Aivazovsky "la Creación del Mundo" 1864 |
El
recurso luminoso es también el empleado por el célebre pintor y grabador
británico John Martin, en su aguafuerte "La Creación de la Luz" para
la ilustración de dicho tema en la obra "El Paraíso Perdido" de Milton. En este singular grabado Martin se atreve con la representación de un
tema bíblico tan popular como artísticamente inédito: la separación del día y
la noche. La majestuosidad del tema tal vez hubiera merecido su conversión
pictórica en una obra de gran formato. Al fin y al cabo John Martin, conquistó
su celebridad gracias a obras tremendistas en las que plasmaba las catástrofes
bíblicas en unos cuadros llenos de agitación y grandilocuencia. Esta
estética efectista y espectacular fue plagiada por los pintores de panoramas
que, para enojo del propio Martin, convirtieron sus obras más
afamadas en populares atracciones de feria.
John Martin "la Creación de la Luz" |
Curiosamente, es en un singular panorama del siglo XXI donde mejor ha quedado
sintetizada la imagen de aquel inquietante escenario oscuro y húmedo, virtual y
evanescente que encarnaba el Caos primordial. La instalación "Your
Negotiable Panorama" (2006) del artista islandés Olafur Eliasson, parece
situarnos en los instantes previos al estallido del cosmos. El panorama consiste en
un oscuro cuarto circular ocupado por un estanque poco profundo. En su centro
se haya un proyector circular de luz y una máquina que produce olas en las
tranquilas aguas del estanque, de tal suerte que el reflejo de la luz se agita y reverbera en las
pantallas circundantes. A buen seguro esta imagen espectral
propuesta por Eliasson satisfacería al mitógrafo más exigente: tal vez el universo
infinito se puso a rodar con un leve estremecimiento de luz en mitad
de la noche eterna.
Olafur Eliasson "Your Negotiable Panorama" 2006 |
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